martes, febrero 28, 2006

BAUTISMO - TENTACIONES

BAUTISMO Y TENTACIONES: OPCIÓN Y MISION DE JESUS

Todo acercamiento a Jesús es mediado por un punto clave: en su vida, Jesús no hizo más que anunciar el Reino de Dios[1]. Lo novedoso de su anuncio consistía en que él mismo había experimentado el Reino como acontecimiento en su propia persona, en haber experimentado a Dios como absolutamente cercano y presente en su vida, al cual le obedeció siempre, y que lo motivaba a entregarse a los otros, en especial a los más necesitados.

El Reino se hace presente y se encarna en el mismo Jesús, y su actuar dará testimonio de ello. Sin embargo, sólo hasta aproximadamente los treinta años Jesús inicia su "vida pública", su predicación, y en muy poco tiempo esto le llevará a conflictos tan extremos con el entorno social de su momento, que el Hijo de Dios terminará crucificado[2].

Surge aquí la pregunta por esa "vida oculta" de Jesús que antecedió a su predicación. Por los datos disponibles podemos afirmar que Jesús descubrió, en todos esos largos años, la cercanía de Dios hacia el hombre, su propia cercanía a El, y toda la invitación y exigencia que de allí se generaban. Fueron años de un servicio silencioso, pero llega un momento en el cual Jesús "rompe" con su silencio, porque así lo exige la lógica de Dios que actúa en él, y sale al mundo: marchó Jesús a Galilea y proclamaba la Buena Nueva de Dios: "El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva" (Mc 1, 14-15).

Antes de este momento, narrado en los evangelios sinópticos, encontramos tres pasajes que enmarcarán toda la actividad posterior de Jesús. Nos referimos a la predicación de Juan Bautista (Mt 3,1-12; Mc 1,1-8; Lc 3,1-20), el bautismo de Jesús (Mt 3,13-17; Mc 1,9-11; Lc 3,21-22), y el pasaje de las tentaciones (Mt 4,1-11; Mc 1,12-13; Lc 4,1-13). Estos textos si bien no nos proporcionan la especificidad del anuncio del Reino, nos sitúan dentro de un marco de actuación humano y determinado que es, en últimas, donde transcurre la historia del hombre y donde se revela el actuar de Dios en toda su potencia. Por ello se hace necesario comprender el sentido de estos textos y, en especial, el de las tentaciones, pues conforman una especie de abertura musical, de gran marco, de la exigencia de Dios al hombre para que se realice plenamente.

La esperanza mesiánica en tiempos de Jesús.

El pueblo de Israel ha experimentado a Dios en su historia como experiencia de salvación y liberación. El acontecimiento fundante de esta experiencia fue la liberación de un grupo de esclavos oprimidos por el poder de los egipcios[3], la cual es interpretada como una obra de Dios, Yahveh, del cual -a partir de la travesía por el desierto- se va reconociendo "un Dios que sale al encuentro y elige, un Dios liberador de oprimidos y esclavos, un Dios que sólo exige una ética social grupal como culto, un Dios comprometido con los intereses limpios del grupo"[4].

Pero en toda su historia, Israel es continuamente dominado por imperios extranjeros y abandona, muchas veces, el ideal de comunidad querido por Dios, el cual se dibuja como un ideal de no violencia y justicia social (preocupación por los más pobres, sin clases sociales, atención especial a los desvalidos). Esta situación se hace tan extrema que hace surgir en el pueblo una esperanza contra toda esperanza, una confianza extrema en el actuar imprevisible de Dios en la historia, que se traduce en lo que se ha llamado la "espera mesiánica", la llegada de un elegido o "ungido de Yahveh" y expresado de diferentes maneras en los grupos humanos de la época (Saduceos, Fariseos, etc.): pero, o bien se esperaba un Mesías político, que instaurara la gloria del Imperio de David y expulsara a los Romanos, o bien un Mesías de corte religioso, una especie de reformador religioso...

En todo caso, se esperaba algo seguro, alguien que señalara los caminos de un pueblo que ya se sabía elegido por Dios desde los tiempos de Abraham, protegido, y que sólo esperaba que Yahveh lo atendiera.

La predicación de Juan Bautista: la necesidad de conversión.

Su llamado había levantado ampollas en Israel y sacudió la conciencia de muchos israelitas; causaba escozor su mensaje y sus recriminaciones al pueblo que se veía como el elegido de Yahveh[5]. Su forma de predicar posee ciertas características que lo hacen muy particular, y que lo colocan en continuidad con la predicación de Jesús[6]:

-Juan aparece en escena "bautizando en el desierto"(Mc 1,4), en la región del Jordán, llevando "un vestido de piel de camello" y alimentándose "de langostas y miel silvestre"(Mc 1,6; Mt 3,4). Lo característico es que se encuentra alejado tanto del mundo profano como de los lugares sagrados de culto; se encuentra en el desierto, aquel lugar al que se vinculaban las esperanzas escatológicas de Israel. El llamado a la conversión se vincula a atreverse a abandonar las seguridades del templo, de la "religión", pues como antaño, Dios se revelaría inesperadamente en el camino del desierto.

-Juan invitaba a los judíos a prepararse a recibir a Dios, pues la llegada del Reino ya era inminente. Lo escandaloso, sin embargo, es que para Juan ya no existe la garantía del pueblo elegido: "y no creáis que basta con decir en vuestro interior `Tenemos por padre a Abraham'; porque os digo que puede Dios de estas piedras dar hijos a Abraham" (Mt 3,9). Este pueblo que antaño fue elegido, no puede ya esperar simplemente que Dios siempre lo salvará por una obligación adquirida; ahora se exige algo más: "ya está el hacha puesta a la raiz de los árboles, y todo árbol que no de buen fruto será cortado y arrojado al fuego" (Lc 3,9). Si Israel aparecía como una plantación de Dios que no sería arrancada en toda la eternidad[7], ahora el Bautista hace tambalear esa seguridad colectiva de Salvación: "El juicio viene precisamente para el pueblo de Dios"[8].

Con estos datos podemos comprender el fastidio y la incomprensión que causaba el mensaje de Juan. Los israelitas ya no se sentían seguros de la promesa de salvación, su pertenencia a la descendencia de Abraham ya no era garantía de nada[9]. Hoy diríamos que ser bautizados, rezar, ir a misa o "ser buena gente" no basta para ser cristiano; hace falta "orientarse hacia el Reino de Dios inminente"[10], o convertirse.

La conversión pedida por Juan se vincula, en este momento, a la disponibilidad de dejar actuar en sí el Reino que viene. Lo mínimo que se exige son unas actitudes concretas: ante las preguntas del pueblo sobre qué hacer, se destaca la actitud de comunitariedad y compartir que exige Juan, y que, por más sencillas que sean, desafían toda lógica humana: "El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene; el que tenga para comer, que haga lo mismo" (Lc 3,11), "No hagáis extorsión a nadie, no hagáis denuncias falsas" (Lc 3,14). Esta actitud -se verá luego en el enfrentamiento de Jesús con la Ley- no ha de caer en el legalismo o el interés, sino que ha de estar inscrita en la dinámica de gratuidad del amor, pues es necesario dar "fruto digno de conversión" (Mt 3,8). Más adelante sintetizaremos en cinco puntos el sentido de la conversión.

Finalmente apuntemos que Juan Bautista es muy enfático en aclarar que él no es el Mesías, y advierte que su predicación será más radical: "El os bautizará en Espíritu Santo y fuego" (Mt 3,11; Lc 3,16). Si bien existe una continuidad en el mensaje de Juan y el mensaje de Jesús[11], lo curioso es que el mensaje de Jesús será más exigente en cuanto el Reino de Dios se halla bajo el signo de la misericordia y del amor de Dios para con los pecadores. Así, "el Bautista es el mensajero de Dios en el tiempo de la preparación antes del final y Jesús es el portador del tiempo de la alegría"[12].

El bautismo de Jesús: la llegada del Hijo.

En el pasaje del bautismo de Jesús, cuya historicidad podemos afirmar[13], aparecen dos datos centrales: por un lado, el mismo hecho que Jesús sea bautizado por Juan, a tal punto que éste se resiste a bautizarlo, y Jesús lo convence afirmando "conviene que así cumplamos toda justicia" (Mt 3,14); por otro, el mismo hecho de la voz en la nube que proclama "Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco" (Mc 1,11). Analizando estas dos partes entenderemos con más exactitud el sentido que se insinuará a partir del pasaje de las tentaciones (numeral 4).

El Mesías bautizado.

El hecho de que Jesús sea bautizado podría suponer para las primitivas comunidades una dificultad en su anuncio de Cristo, por presentarse éste subordinando a Juan y, por tanto, Juan como figura escatológica decisiva[14]. Pero esto no ocurrió, y no existía tal peligro, pues lo que se indica aquí es que al asumir Jesús el bautismo está asumiendo el lugar de los otros y, en concreto, de los pecadores[15].

Esto explica las palabras que coloca Mateo en labios de Jesús: "conviene que así cumplamos toda justicia". La justicia de Dios, que se cumple efectivamente, viene de asumir Dios el lugar de los hombres: se revela en ese lugar, se encarna y camina con él. Jesús no tiene ninguna intención de apartarse de su destino humano: será Hijo (lo que ya puntualizaremos enseguida) y será Hermano en el camino del Reino.

El Hijo de Dios.

Este apelativo o profesión de la filiación divina de Jesús es, prácticamente, lo distintivo cristiano, pues allí se vincula la pretensión escatológica de "que Dios se ha revelado y comunicado en Jesús de Nazaret de una vez para siempre, de modo incomparable, insustituible, definitivo e insuperable"[16], a tal punto que es uno de los principales títulos que expresan los evangelios, y que el apostol Pablo podía resumir todo su mensaje en la fórmula "Evangelio de Dios sobre su Hijo" (Rom 1,3.9).

No podemos detenernos aquí en un análisis exhaustivo de este título, pero detengámonos en algunas opiniones autorizadas. En el Antiguo Testamento,

La filiación divina no se fundamenta... en la descendencia física, sino en la elección libre, gratuita por parte de Dios. El elegido de esa manera para hijo de Dios recibe una especial misión histórico-salvífica, que lo obliga a la obediencia y al servicio. El título de hijo de Dios no se entiende, pues, en el antiguo testamento de modo natural-sustancial, sino funcional y personal[17].

Para el momento en que la primitiva Iglesia experimenta a Jesús Resucitado, interpreta el título de hijo de Dios a la luz de la vida, muerte y resurrección de Jesús; es decir, historia y destino de Jesús fueron interpretados como historia del acontecimiento mismo de Dios; Dios se ha manifestado no como una especie de esencia etérea y suprahistórica, sino en la historia concreta de un hombre. Esto, por lo menos, contradice las concepciones normales que podamos tener de Dios, pues frente a lo grande, noble, bello y estimado, Dios se mostrará en lo pequeño e insignificante[18]. Entendemos entonces la necesidad de salir de nuevo al camino del desierto del que hablaba Juan Bautista, y esa justicia que será locura, debilidad y escándalo para el mundo de las seguridades y las fórmulas fijas.

Lo anterior ayuda a entender el sentido en el cual es pronunciada la voz del Cielo. Esta es una copia casi literal del canto de Isaías, "He aquí a mi Siervo, a quien yo sostengo" (Is 42,1), con lo que los evangelistas no sólo vinculan a Jesús con el cumplimiento de las promesas del Antiguo Testamento, sino que subrayan la intención de vincular al Hijo con la figura del Siervo Sufriente, que será clave para entender todo el sentido de la muerte de Jesús. El Hijo en quien se complace Dios será el siervo, en completa identificación con los sufrientes y excluídos de la historia.

Lo que aquí se descubre es el caracter kenótico de la venida del hijo[19]. Es decir, es tal el amor de Dios a los hombres, que asume su condición para indicarles el camino de salvación. Dios se expresará, no en el tener fórmulas prefijadas y seguras de salvación, no en la conciencia tranquila ni en el camino asegurado, sino en el riesgo de vivir humanamente asumiendo la tarea que le corresponde al hombre en su historia concreta por llevar a cabo la voluntad de Dios, expresada en el "Reino de Dios": este es el bautismo "con Espíritu Santo y fuego".

Bajo esta perspectiva se comprende, entonces, el hecho de las tentaciones. Allí se vislumbrará una particular manera de actuar de Jesús como Hijo, que fundamentará su posterior predicación del Reino.


Tentaciones de Jesús, tentaciones del hombre[20].

Para situarnos en el pasaje de las tentaciones, tengamos en cuenta que: En primer lugar, son relatos nacidos en la catequesis judeo-helenista, y las versiones de Mateo y Lucas (en especial la primera), agrupan y tipifican diversos pasajes de la vida de Jesús. Por otro lado, se considera histórico el hecho de la tentación de Jesús[21], y su contenido implica una opción entre dos formas de mesianismo, pues "Jesús vivió profundamente la posibilidad de dar a su vida y a su misión un planteo distinto del que en realidad tuvieron"[22]: es decir, se trataba de elegir entre un mesianismo de forma espectacular y un mesianismo en forma de "siervo".

Para comprender el hecho de las tentaciones, es necesario mirar dos puntos claves: por un lado, el hecho mismo de la tentación como tentación del elegido (del Hijo-Siervo), y, por otro, el contenido de esas tentaciones.

Las tentaciones del elegido.

Nos encontramos, al inicio del pasaje que nos ocupa, con un dato extraño: "Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo" (Mt 4,1). El mismo Espíritu que ha recibido antes ahora lo conduce al desierto. Y parece que Jesús estuviera en manos del diablo. Cómo se entiende esta paradoja?

En primer lugar, se vislumbra que la misma condición de la tentación, o mejor, de elegir actuar de tal o cual modo en la vida personal y en la historia, es condición esencial del desenvolvimiento del hombre; por tanto, "la tentación ha de pertenecer a las condiciones mismas de la posibilidad de presencia de Dios entre nosotros y en uno de nosotros"[23]. Así, el elegido no por su caracter de elegido dejará de experimentar lo que experimenta todo hombre, pues su tarea se realiza en esta historia, con todas las limitaciones e indecisiones que ello pueda traer. A tal punto que la tentación será una constante en la vida de Jesús como posibilidad de abandonar la voluntad de su Padre. Sólo el amor tan fuerte que experimenta, la constante compañía de la comunidad que fue forjando alrededor de él, y la esperanza inclaudicable en Dios, le permitirán a Jesús ser fiel hasta el momento de la Cruz.

Jesús no está, entonces, en manos del diablo. Simplemente ha decidido asumir su filiación divina en la condición humana. Y ésta, que perfectamente puede fallar frente al plan de Dios, indica que "Dios corre el riesgo de los hombres hasta el fondo"[24]. La invitación al Reino permanece abierta, pero el hombre es libre de elegir entre una libertad plena[25] o entregar su libertad a cambio de falsas seguridades[26].

Jesús, lo veremos, fue capaz de entender la lógica de Dios, y consecuentemente se comportó al asumir una forma de mesianismo que se dibuja ya en las tentaciones. Siguiendo el relato de Mateo, Gonzalez Faus las nombra así: tentación de la "religión", tentación del prestigio, y tentación del poder[27].

La tentación de la "religión".

"Y después de hacer un ayuno de cuarenta días y cuarenta noches, al fin sintió hambre" (Mt 4,2). Mateo realiza aquí un empalme entre un dato teológico-simbólico (los 40 días y noches) con un dato real (hambre), para mostrar, entre otras cosas, una real necesidad de Jesús (comer). Lo que se dibuja de fondo es cómo enfrentará Jesús esa necesidad real, pues es algo que hay que satisfacer.

Satán le plantea: "Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes" (Mt 4,3). Es absurdo pensar que Satán está tratando de averiguar si Jesús es o no el hijo de Dios; en realidad, la frase significaría: "puesto que eres el Hijo, aprovecha esta circunstancia". Si Jesús accede, significaría que vería a Dios como un amuleto personal, como una ventaja personal, con un paternalismo que le indicaría qué hacer y qué no hacer... y eso no es el hombre. "La tentación está, pues, en el uso de Dios y la relación privilegiada con él como medio para alterar la condición humana en beneficio propio, y de esta manera eludir la tarea humana en el mundo"[28].

La respuesta de Jesús es clara: el hombre no sólo vive del alimento del momento, "sino de toda palabra que salga de la boca de Dios" (Mt 4,4); es decir, de todo lo que la vida traiga. La vida humana no sólo tiene momentos buenos, también tiene momentos de desierto, de oscuridad, de desconcierto, de abandono, y aún en esos momentos, aunque se crea que Dios no está, Dios está allí. Y es el hombre, con lo que es de limitado, el que debe hacerse a la tarea de sacar el pan del desierto (sembrarlo y cosecharlo) sin apelar en ningún momento a relaciones privilegiadas.

Por eso Juan Bautista advertía que lo importante, antes que una relación privilegiada con Yahveh ("está el hacha puesta a la raiz de los árboles") era dar "frutos dignos de conversión". Así, Jesús apela, en su respuesta, a la tarea del hombre (de un hombre cualquiera). Es en ese punto donde se muestra de manera verdadera, no sólo al hombre auténtico, sino en su auténtico encuentro con Dios. Es ese "tener que suceder según las escrituras" o el "cumplir toda justicia" que mencionábamos arriba. El Mesías no reemplazará, en ningún momento, la tarea del hombre en su historia[29]. Esto molestaría mucho a los grupos de la época de Jesús, y aún hoy, pues poco soportamos andar por la vida sin manuales que nos indiquen qué hay que hacer...

Apunta Gonzalez Faus, de manera muy incisiva: "la ley de Dios no es que sucumba el hombre, sino que sea él (el hombre) precisamente quien domine esas fatalidades y fuerzas ocultas: hay ciertamente que sacar pan del desierto (sembrándolo y cuidándolo), pero sin rogativas; hay que vencer la enfermedad, pero sin curaciones milagrosas. Hay que vivir en el mundo ante Dios, pero sin Dios (es decir, sin esperar a que Dios nos haga el `milagrito')"[30].

La tentación del prestigio.

En un segundo momento, el Diablo lleva a Jesús al alero del Templo y le conmina a tirarse, pues, citando las escrituras, los ángeles le ayudarán (Mt 4,6). En este momento, Jesús ya no está en necesidad, sino que la necesidad la crearía él, tirándose. Esto daría a Jesús una prueba palmaria y absoluta de la presencia de Dios en él; esta prueba, de realizarla Jesús, eliminaría todo el espacio de riesgo y ambigüedad que hay en toda vida y en toda misión humana, y ya no tendría ningún sentido el caminar del hombre en su historia.

Por otro lado, se destaca el caracter público de esta tentación (ocurre en el Templo de la Ciudad Santa). Una espectacularidad de prodigios y milagros es, al fin y al cabo, más fácil de creer, que algo realizado "en la anonimidad y el ocultamiento que da el simple servicio a la misma condición humana"[31]

En suma, esta tentación se aplica al ejercicio mismo de la misión mesiánica de Jesús. De nuevo, la espectacularidad pedida por Fariseos y zelotes se derrumbará ante un actuar que asume el simple servicio a la condición humana, que implica actuar en esta historia por ir haciendo efectivo el Reino de Dios (creando nuevas formas de relaciones económicas y sociales), sin pedir privilegios o prestigio a cambio.


La tentación del poder.

En esta última tentación (en el orden de Mateo) se le promete a Jesús aquello mismo de lo cual es Señor o tiene prometido serlo, en la teología del Nuevo Testamento. Prácticamente, lo que se le ofrece es la anticipación de ese poder en el sentido de utilizarlo como medio para su misión: "Así, el poder de Cristo cambiaría de sentido: ya no sería el absoluto poder del amor, sino el de la fuerza"[32] (no podemos evitar aquí ver cierta analogía con el mesías esperado por los zelotes, o en la fe ciega con que algunas personas depositan sus esperanzas en sus dirigentes).

Por ello es que la aceptación de ese poder redundaría en considerar al hombre inútil para construir su historia. Señalemos de paso que es esto lo que se respira en los actuales momentos neoliberales: se imponen metas de crecimiento económico y de exaltación personal que implican un abandono, desconocimiento y sacrificio del pobre en nombre del mercado, considerando a los pobres como unos perdedores que no aprovecharon las oportunidades que se les brindaron, olvidando así que los pobres son exigencia primera del Reino de Dios. Por eso la aceptación de ese poder es para el evangelista idolatría, un acto de postrarse y adorar a Satán (Mt 4,9), pues lo primero en el evangelio es el hombre, y lo primero en el hombre es el pobre.

La respuesta de Jesús apela de nuevo "a lo que constituye la tarea y el deber del hombre"[33]. Pues si sólo "al Señor tu Dios adorarás" (Mt 4,10), le está vedado al hombre forjarse y postrarse ante otros dioses, y así se conserva para el hombre (en Jesús) el Dios de la radical libertad. Esta certeza permite al cristiano de hoy saber que es necesario actuar y crear estructuras económicas y políticas en esta historia, pero sabiendo que frente a ello siempre ha de estar alerta y en conflicto, pues por su misma dinámica esas estructuras tienden hacia la absolutización negando la tarea continua del ser humano[34].

En el punto 3.2. hablábamos del caracter kenótico de la venida del hijo. Precisamente, lo que se recoge acá es una forma especial del actuar de Dios en el mundo: antes que un ser absolutamente triunfante que manipula a los hombres a su capricho, Dios asume su desamparo y sufrimiento. Por ello,

Desde esta tensión entre un Dios inútil y un hombre necesitado por una realidad a dominar, entre un Dios silencioso y un hombre atento al brillo y al ruido, entre un Dios impotente y un hombre remitido al uso de la fuerza, el cristiano se revela como el hombre que no es del otro mundo ni de éste, no vive ni en el más allá ni en el más acá, no es monista, ni dualista, sino que está situado en el punto mismo del cambio de piel, de la transformación de lo uno en lo otro, en el punto mismo en que lo viejo se acaba y todo es hecho nuevo (2 Cor 5,17), en la continua metanóia: cambiad porque llega el Reino (Mt 3,2)[35].

La opción humana de Jesús.

Sobre el análisis anterior, podemos concluir de manera breve:

a. Jesús no elude la condición humana, sino que en ella verifica su relación con Dios.
b. La misión mesiánica de Jesús es llevada a cabo con la fe y el riesgo de todas las misiones entre los hombres. "De esta forma su fe enmarca y funda la nuestra".
c. Jesús no realiza su mesianismo ni su filiación "mediante poder recibido de los poderes de este mundo. Y menos aún a costa de pactar o postrarse ante ellos"[36].

Con esto entendemos que el sentido de la tentación en el elegido corresponde a las condiciones de posibilidad de la presencia de Dios entre nosotros, que nombrábamos en 4.1. De esta manera, se entiende que Jesús optó por realizar su filiación divina como verdadero hombre, y se profundiza de manera más nítida la experiencia histórica de Dios vislumbrada en el Antiguo Testamento: el querer de Dios se revela de una forma insospechada en Jesucristo.

"Convertíos y creed en la buena nueva".

El mensaje de Juan Bautista, y el mismo mensaje de Jesús, exigirán ante todo una actitud de conversión. En los párrafos anteriores se vislumbran las actitudes de Jesús (que se detallarán, en próximos capítulos, frente al Templo, la Ley y los marginados) que tienen el imperativo del anuncio del Reino. Jesús, en su anuncio, tomará unas actitudes -ya esbozadas en el pasaje de las tentaciones- con el fin de abrir a las personas a la acción de Dios. Claro que esta apertura "sólo es posible por la fe (por eso se les pide: "creed"), pues antes de toda decisión y acción humanas, está la decisión y acción de Dios de crear hombres y mujeres plenamente humanos"[37].

Así, y a manera de conclusión de este capítulo, el sentido de la conversión lo podemos sintetizar en los siguientes puntos:

* Es asumir la salvación ofrecida gratuitamente por Dios en Jesús y entregarlo todo por ella. Este es el sentido de la parábola del tesoro (Mt 13,44) y el de la parábola de las perlas preciosas (Mt 13, 45-46).

* Es no disculparse con toda clase de razones para "hacerle el quite" al compromiso que exige el aceptar a Dios en la propia vida. Es el sentido de la parábola de los primeros invitados al banquete que no aceptaron la invitación por estar entretenidos en "asuntos más importantes", razón por la que invita a los de las márgenes de la ciudad ("buenos y malos") que si están dispuestos (Mt 22, 1-14).

* En sentido positivo es responder a la invitación de Dios, abandonarlo todo y seguirlo, transformando todas aquellas seguridades en las que falsamente se ha puesto el sentido de la existencia. Es el significado del texto del joven rico que prefirió la muerte (la confianza en las riquezas de las que era esclavo) a la vida del compartirlo todo y entregarlo a los pobres para formar parte del grupo de los seguidores de Jesús (que en la comunidad satisfacen todas sus necesidades) (Mt 19, 16-25).

* Es hacerse pequeño delante de Dios en la lógica del Reino en la que los primeros serán los últimos y los últimos serán primeros. Porque "todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado" (Lc 14,11). Es el sentido de la invitación a ser como niños para entrar en el Reino de Dios (Mc 10,15) lo cual implica una total confianza en Dios.

* Es comenzar de nuevo, volver a nacer, en el sentido que recoge Juan en el diálogo con Nicodemo: se trata de un nacer de nuevo, pues "el que no nazca de nuevo no puede ver el Reino de Dios" (Jn 3,3).

[1]Todos los estudiosos de la materia coinciden en este dato. El Reino de Dios es el anuncio central del Jesús histórico, anuncio que es recogido por los evangelistas y expresado según lo que la comunidad post-pascual experimenta en su momento.
[2]Lo dicho en estos dos párrafos se desarrollará de una manera más extensa y detallada en capítulos siguientes. Apuntemos aquí que el Reino se da a los hombres, ante todo, por la gratuidad de la Fe, "pues antes de toda decisión y acción humanas está la decisión y acción de Dios de crear hombre y mujeres plenamente humanos" (Peña, Para iluminar estos momentos...).
[3]En el Deuteronomio encontramos una síntesis de este acontecimiento trascendental para el pueblo, conocido como El Credo Histórico: "Mi padre era un arameo errante que bajó a Egipto y residió allí como inmigrante siendo pocos aún, pero se hizo una nación grande, fuerte y numerosa. Los egipcios nos maltrataron, nos oprimieron y nos impusieron dura servidumbre. Nosotros clamamos a Yahveh Dios de nuestros Padres, y Yahveh escuchó nuestra voz; vio nuestra miseria, nuestras penalidades y nuestra opresión, y Yahveh nos sacó de Egipto con mano fuerte y tenso brazo en medio de gran terror, señales y prodigios" (Dt 26,5-8).
[4]BAENA, Gustavo. El Deuteronomio, guía para seguir con más facilidad este curso. Material fotocopiado, pp.3. Tomado de Peña, Para iluminar estos momentos...
[5]LOHFINK, Gerhard. La iglesia que Jesús quería. En especial la primera parte, "Jesús e Israel".
[6]Seguimos, en los siguientes párrafos, a BORNKAMM: Jesús de Nazareth, pp.46-52.
[7]Salmos 14,3ss.
[8]LOHFINK, op.cit. pp.18.
[9]Aclara BORNKAMM: "la idea del pueblo de Dios no es sacrificada y la promesa de Dios no es aniquilada. Lo que se elimina es el hecho de identificar pura y simplemente el pueblo de Dios con el Israel visible y terrestre", pp.47.
[10]BORNKAMM, op.cit. pp.47.
[11]Así lo indican KASPER, op.cit. pp.79, BORKNKAMM, op.cit. pp.52, y LOHFINK, op.cit. pp.19.
[12]BORNKAMM, op.cit. pp.52.
[13]GONZALEZ FAUSS, op.cit. pp.28. Aclaremos que referimos lo histórico del texto a la afirmación de que Jesús, al igual que muchos judíos contemporáneos suyos, se hizo bautizar en el Jordán. La forma en que se elabora este dato por parte de los evangelistas implica la narración de una experiencia de fe: el bautismo de Jesús, por ejemplo, es descrito dramatizando las palabras del profeta Isaías (42,1), para mostrar que ya desde el principio de la vida pública de Jesús actuaba la fuerza de Dios en todas sus obras, y cómo en su obediencia (obediencia al Padre, obediencia del Hijo hasta la muerte) se realizaba la salvación de Dios.
[14]KASPER, op.cit. pp.79.
[15]GONZALEZ FAUSS, op.cit. pp.29.
[16]KASPER, op.cit., pp.199.
[17]KASPER, op.cit., pp.200.
[18]"Dios revela su poder en la impotencia; su omnipotencia es simultáneamente sufrimiento ilimitado; su eternidad supratemporal no es rígida inmutabilidad, sino movimiento, vida, amor que se comunica a sí mismo a lo distinto de él. Por eso, la trascendencia de Dios es, al mismo tiempo, su inmanencia; el ser Dios de Dios es su libertad en el amor. No encontramos a Dios en la abstracción de todo lo concreto y determinado, sino muy concretamente en la historia y destino de Jesús de Nazaret". KASPER, op.cit., pp.207.
[19]GONZALEZ FAUS, op.cit., pp.29.
[20]En este punto presentamos, básicamente, una síntesis del artículo de Gonzalez Faus, "Las tentaciones de Jesús y la tentación cristiana". Recomendamos su lectura, pues es un estudio muy serio y revelador de todo lo que implica este pasaje de las tentaciones.
[21]Cfr. nota 13.
[22]GONZALEZ FAUS, op.cit., pp.36.
[23]GONZALEZ FAUS, op.cit., pp.43.
[24]GONZALEZ FAUS, op.cit., pp.43.
[25]Libertad plena que no dejará de ser un riesgo, ni será algo seguro, ni dejará de cuestionar continuamente, pues en últimas es un horizonte siempre vislumbrado y nunca alcanzado, por la misma constitución ontológica del hombre como ser falible e íntimamente egoísta. Esto no anula para nada que el ser humano se deba poner siempre en camino, pues nunca se encontrará plenamente.
[26]El hombre, por lo general, no aspira más que a entregar su libertad a cambio de pan, conciencia tranquila, paz u orden: "no hay para el hombre preocupación más grande que la de encontrar cuanto antes a quién entregar ese don de la libertad con que nace esta desgraciada criatura". (Dostoyevsky, Los hermanos Karamazov).
[27]Los dos textos que presentan las tentaciones del diablo a Jesús (Mateo y Lucas), aunque recogen una misma tradición el orden de las mismas se encuentra alterado: la segunda y tercera tentación, en Mateo, invierten su orden en Lucas. Esto se debe a que Lucas desea concluir la narración en Jerusalén, en consonancia con su teología sobre la Ciudad Santa. Esto le permite concluir a Gonzalez Faus, junto con otros datos exegéticos, que el orden presentado por Mateo es más fiel a la versión original que el de Lucas (op.cit., pp.30-32). Seguiremos aquí, entonces, el relato de Mateo.
[28]GONZALEZ FAUS, op.cit., pp.45.
[29]Es contradictorio, aparentemente, la posterior actividad de los milagros de Jesús. No utiliza en esos momentos su relación privilegiada con Dios? En realidad tal problema no lo es tanto, pues a los milagros subyace toda una teología que los muestra como signos de la salvación del reino de Dios que ya irrumpe, y por tanto, interpelan y exigen una conversión (cfr. KASPER, pp.116-121); además, Jesús no hizo milagros para sí, sino para los demás, en servicio.
[30]GONZALEZ FAUSS, op.cit., pp.46. La cursiva es añadido nuestro.
[31]GONZALEZ FAUS, op.cit., pp.49-50.
[32]GONZALEZ FAUS, op.cit., pp.51.
[33]GONZALEZ FAUS, op.cit., pp.51.
[34]Es diciente, al respecto, cómo la estructura económica capitalista actual (neoliberalismo) ha llegado a su absolutización. Francis Fukuyama lo formula como "el fin de la historia", donde, en términos de un cinismo suicida, no hay más que seguir en esa dinámica. Esta claudicación de los mejores ideales del hombre, en la línea de lo que venimos reflexionando, no es más que un "postrarse ante Satán".
[35]GONZALEZ FAUS, op.cit., pp.56.
[36]GONZALEZ FAUS, op.cit. pp.47, pp.50, pp.53.
[37]PEÑA, op.cit. Los puntos sobre los que presentamos la conversión, los copiamos literalmente del documento de PEÑA, quien los trabaja en Marcos siguiendo a BORNKAMM, PP.87-89.